domingo, 21 de enero de 2007

Los pobres del Sur deciden salir a buscar comida

La Iglesia católica en España planteó un debate que duró más o menos un siglo poco después de la conquista de América. Había que determinar el grado de humanidad que tenían los indígenas sometidos ya que no eran cristianos.
La conclusión fue que, efectivamente, al no ser cristianos no eran plenamente humanos. Después de cazar africanos que iban a buscar debidamente organizados, las gentes bienpensantes de Estados Unidos encargaron a ciertos científicos que indicaran hasta qué punto los negros esclavizados no merecían ese escalafón social al que fueron enviados.

Por supuesto, los científicos decidieron que los negros africanos cazados y llevados a la fuerza a los Estados Unidos de América para esclavizarlos estaban en su lugar, pues no eran del todo humanos o, al menos, no lo eran al mismo nivel que los blancos que los secuestraron para darles las tareas penosas de la sociedad a cambio de nada.

Inclusive mostraban como prueba irrefutable que los cerebros de los negros pesaban menos que el de los amos blancos.

Ambos hechos de la Historia nos revelan claramente que el racismo tiene un evidente trasfondo económico. Esa es, sin duda, una de las claves que contribuyen a explicar muchas cosas. Se declara subhombres a quienes se explota, como una justificación ideológica.

Y se hace, también, para tranquilizar conciencias y no alborotar a la muchedumbre. Se los condena a la pobreza y se los menosprecia por pobres.

Los amos no sólo necesitan esclavos, sino también que los esclavos y el resto del rebaño admitan ese abuso, esa violación de los derechos humanos, como algo propio de la naturaleza. Más o menos es lo que Aristóteles consideraba lógico para mantener la armonía de la sociedad, que cada quien acepte el papel que el destino o quien sea le asignó.

Con el paso de los siglos, ese discurso no es tan directo como el del filósofo griego, pero de todos modos sigue vigente. Nos viene a decir algo así como que «son inferiores, por lo tanto, es natural que sean nuestros esclavos, es lógico que los despojemos de sus riquezas y que no los dejemos entrar a nuestra fiesta», a pesar que son ellos -en rigor- quienes la pagan con su esfuerzo.

En definitiva, que el Norte somete y despoja al Sur sistemáticamente, generando el hambre de la mayor parte de la Humanidad, siendo causa de sus miserias y sus angustias, pero lo hace como cumpliendo una fatalidad predeterminada, de ninguna manera como una «injusticia que clama al cielo», tal cual dice la encíclica Populorum Progressio escrita por el papa Pablo VI.

Los datos, por cierto, son abrumadores y escandalosos. Según las Naciones Unidas, 358 personajes en el mundo tienen más bienes que 2.500 millones de personas. Mil millones de habitantes de este planeta sufren de hambre crónica, más de 40.000 hombres, mujeres y niños mueren de hambre todos los días.

Esta situación de despojo es de sobra conocida aunque insuficientemente difundida y mucho menos aclarada.

Incluso hasta se llega a admitir, tal vez como una cuestión natural, como digo, o quizá como producto de lo listos que son en el Norte y lo poco trabajadores y hasta poco inteligentes que son en el Sur.

En este sentido, explica el escritor Eduardo Galeano que los pobres no son pobres por ser menos inteligentes, sino que son menos inteligentes precisamente por ser pobres, detalles que, confortablemente instalados como estamos en el Norte, no nos inquietan demasiado.

Pero resulta que, como advierte Mario Benedetti, el Sur también existe y los pobres del Sur deciden salir a buscar comida donde pueden y entonces sí nos inquietamos. Nos inquieta el problema de la inmigración.

Los poderosos (los que tienen el poder real que les da el dinero) alarmados, utilizan sus medios de comunicación para confundirnos, alentar el racismo, desinformarnos y ordenar a sus gobernantes que dicten leyes de extranjería para controlarlos y sobre todo expulsarlos.

Nadie se molesta demasiado en destacar algunos datos que tranquilizarían aun a los más xenófobos: en España los extranjeros apenas suman el 1,7% de la población, porcentaje muy inferior al de los demás países europeos.

Al contrario, lo que generalmente nos hacen ver desde los distintos medios de comunicación, especialmente la televisión, es que los extranjeros son delincuentes, nos quitan el trabajo y por lo tanto son causa de desempleo.

Por si fuera poco, no generan sino que nos arrebatan la riqueza y en muchos casos hasta son negros, cosa que como se sabe desentona con nuestro estilo de vida occidental y cristiano.

De tal manera consideramos natural y hasta justo que de vez en cuando metan a unos cuantos en un avión, los droguen, los amordacen y los manden sin retorno a algún país que los acepte previo pago de una suma de dinero... Uno de esos países, a su vez, pagó a un tercero y se quedó con la mitad del dinero y sin los hambrientos molestos. El destino del resto es aún desconocido

Sin embargo, no todo está perdido. Las víctimas de todos los abusos saben cómo reclamar justicia, no creen para nada los mensajes desalentadores del poder en el sentido de que la Historia ha terminado y tratan de modificarla día a día, de hacerla más justa, más humana.

Tenemos un caso reciente. El del general Augusto Pinochet y los militares argentinos no podían sospechar que un cuarto de siglo después de ofender a la Humanidad con sus crímenes aberrantes, se les reclame para que rindan cuentas.

No habrá ley de extranjería capaz de impedir que los pobres del mundo reclamen un lugar, el lugar que les corresponde, y que exijan a quienes nos gobiernan que especifiquen qué quieren decir cuando dicen democracia, y también a qué se refieren cuando afirman sin pudor que son cristianos.

Angel Cappa es entrenador de fútbol.

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